Las discusiones se acaloran. Hablan las personas públicas y generan controversia. Por un lado, un grupo de personas se siente marginado y excluido. Por otro, la certeza de que la decisión es un insulto a la familia. Entonces se levantan voces contra unos y contra otros. Parece mentira pero siglos después, se ha levantado otra de las tantas torres de Babel que hemos construido los hombres. Hoy hemos levantado la torre del conocimiento y a cambio hemos encontrado una sociedad que no se entiende y que frecuentemente se acalora al hablar entre buenos y malos o malos y buenos, da igual.
Parece mentira. Tantos siglos viviendo juntos y seguimos sin saber escucharnos, seguimos sin tolerarnos, sin saber amar. Seguimos pensando que tenemos la razón a toda costa y que quienes nos cuestionan son nuestros enemigos. “¿Será que la homosexualidad es buena?” Se preguntan unos… y los tachan de homofóbicos. “¿Será que tenemos los mismos derechos?” Se preguntan otros… y los tachan de anormales.
Hace algún tiempo, leyendo al Padre Larrañaga, entendí que cuando existe una duda ética, debemos actuar como actuaría Jesús. Finalmente, Cristo nos vino a enseñar un mandamiento nuevo: “Ámense como yo los he amado”. De modo que, después de haber meditado mucho sobre el tema, gracias a que algunas personas que conozco han decidido llevar una vida homosexual, he decidido escribir este artículo que espero manifieste aproximadamente lo que Dios espera de nosotros. Por favor, ruego me perdonen si incurro en algún error y si es así, me lo hagan saber pues no quisiera que en un tema tan delicado se piense que transgredo el orden de nuestra Iglesia. Sólo pido que quien lea, antes de juzgar algún párrafo específico, termine el artículo completo. Es posible que cierto párrafo tome un rumbo específico pero confíen en que, con la ayuda de Dios, el contexto completo dará luz a las palabras.
Comprender, antes de ser comprendido.
La realidad es que existen personas homosexuales. Muchos piensan que la homosexualidad es un pecado muy grave. Finalmente cualquier pecado mortal es grave. Cualquiera. No voy a pensar en quien mata porque en la actualidad pocos son asesinos. Sin embargo, a menudo mentimos, a menudo robamos, a menudo dejamos de amar a Dios y a nuestros padres, a menudo juramos, a menudo dejamos de dar gracias a Dios, a menudo fornicamos con la mente. Pues sí, si la homosexualidad activa es un pecado, éste es un pecado como cualquier otro, igual de grave que la fornicación y el adulterio. Por ello está catalogado en el 6° mandamiento: No fornicarás. No existe un mandamiento que diga “No serás homosexual”, pero sí existe uno que dice: “No fornicarás”.
Si estudiamos un poco el Catecismo de Nuestra Iglesia, nos damos cuenta de que la fornicación no es un pecado por el hecho de que las personas tengan relaciones sexuales sino por la intención de quienes mantienen relaciones sexuales. En el momento en el que 2 personas están abiertas a la fecundidad y a la unión y en el momento que existe un compromiso mutuo de amor, entonces el sexo se transforma: Deja de ser ese instinto pasional que nos hace animales y nos convierte en herederos del reino de Dios quien nos hace partícipes de su creación fecunda de amor.
De modo que dejar de amar a alguien por ser homosexual, es como dejar de amar a alguien que ha mentido o a alguien que ha dejado de ir a misa. Si Jesús nos mandó amar a nuestros enemigos ¿Qué sucede si dejamos de amar a nuestros hermanos que deciden ser homosexuales? No solo fallamos como cristianos, sino fallamos como hombres. Nos dejamos vencer por el odio que nos hace animales y comenzamos a pensar que los homosexuales son sucios, anormales, antinaturales, indignos, etc. Comenzamos a pensar que los homosexuales no merecen tener algunos derechos como el acceso al seguro social o la sucesión de bienes entre parejas que compartieron sus vidas. Pensamos que debemos echarles todo el tiempo en cara su condición y los exhibimos, inventamos chistes que los hieren, nos enoja verlos, les gritamos en la calle, les negamos el trabajo, la casa, el habla.
Pero finalmente, Jesús no espera eso de nosotros. Al contrario, espera diálogo, comprensión y aceptación. Cristo dijo: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Jamás hizo la excepción: “Ámalo siempre y cuando no sea homosexual”. Por favor, dejémonos los católicos de argumentos infantiles, pensando que “si es natural o no”, “si nacen o se hacen”, “que si en los animales se da o no se da, etc.” El hecho es que algunos de nuestros hermanos son homosexuales y debemos amarlos. En eso no debe haber discusión. Punto.
El otro lado de la moneda.
Una vez que nos ha quedado claro que nuestra obligación Cristiana es amar a las personas homosexuales, algunos se preguntarán: Bueno, entonces ¿Cuál debe ser nuestra posición ante la decisión que ha tomado el congreso de incluir dentro de la ley, en la definición de matrimonio, que éste puede ejercerse entre 2 personas, sin importar el sexo de ambas y las cuales gozarán de todos los privilegios que gozan las parejas heterosexuales, incluyendo la adopción de infantes?
Yo sé que hay muchas personas, mucho más capacitadas que yo dentro de la Iglesia, para hablar al respecto. Sólo voy a hacer algunas anotaciones. Evidentemente este listado lo dirijo al cristiano común y corriente como yo, pues sé que nuestros obispos y sacerdotes saben qué hacer al respecto.
Primero: En general, generar una ola de resistencia masiva a través de la cual demos extensos discursos dando argumentos que comprueben la inmoralidad del acto homosexual, resulta inútil y ofensivo. Finalmente, ofender a personas que están convencidas de algo, lejos de construir puentes de amor y comprensión, generan odio. El odio genera resentimientos y sabemos que las personas resentidas son capaces de hacer mucho daño a otras personas e instituciones.
Segundo: Que no nos espante el enunciado que pronuncie la ley acerca del matrimonio. Finalmente, como católicos creemos que el matrimonio sólo lo da un sacramento y este va más allá de los derechos legales (la ley sólo da eso, “derechos legales”), que como bien reclaman los homosexuales, deben ser iguales para todos. Lamentablemente para ellos, el sacramento del matrimonio, es el único que no impone el sacerdote sino que se imponen mutuamente los novios de modo que podrán llamarse casados pero, tristemente para ellos (y lo digo de corazón, no irónicamente: tristemente), jamás podrán ser un matrimonio de espíritu porque entre ellos no existirá esa hermosa complementariedad que Dios diseñó de manera perfecta entre hombres y mujeres. Tristemente también, aunque adopten un hijo, jamás podrán ser padres biológicos porque las relaciones sexuales que ellos creen placenteras, jamás serán fértiles y fecundas. Ellos creerán que adoptando un niño serán felices y aunque pueden engañar al mundo, en la intimidad, a la sombra de la soledad los invadirá una profunda tristeza de desaliento que clamará por ser padres. Ellos sabrán que la solución está en sus manos pero estarán tan lastimados por el daño mismo que se han procurado, que tristemente (lo vuelvo a decir de corazón) muy pocos reconocerán su error. Muy pocos procurarán una vida de casta sexualidad.
Tercero: Yo sé y lo he expresado con un sinnúmero de familiares y amigos, que la principal preocupación que tenemos los católicos, es el hecho de que las parejas de homosexuales puedan adoptar niños. Muchos son los casos documentados de niños que se han criado con parejas de homosexuales y que presentan trastornos psicológicos graves de identidad. Tienen 2 mamás que parecen papás o dos papás que parecen mamás.
Es muy probable que la ley se apruebe. Finalmente, dado que las leyes se basan en las reglas de la razón humana, y no en las reglas del amor, todos los argumentos que este grupo de homosexuales y de asambleístas han entretejido son tan lógicos y válidos que resulta difícil contrariarlos con argumentos “razonables”. Finalmente todos los “ciudadanos”, tienen los mismos derechos y negar cualquiera de estos a una pareja de homosexuales sería discriminación.
Nosotros sabemos que esta ley es miope (como todas las leyes humanas que no se basan en el amor) y que lamentablemente, en la constitución hay un “derecho al matrimonio” y un “derecho a la adopción”, pero que por obvias razones, no existe un “derecho a tener un papá y una mamá” y por lo tanto, privar a una pareja de homosexuales de casarse y de adoptar niños sí es un delito y un atentado contra sus derechos humanos, mientras que privar a un niño de tener un papá y una mamá no lo es porque ese derecho, legalmente, no existe. Además, lamentablemente también, los derechos son para los ciudadanos y una persona es ciudadana cuando cumple la mayoría de edad, fuera de ahí quiera Dios que se le respeten a un niño sus derechos y si no, pregúntenle a los miles de fetos abortados en el último año para quienes por desgracia, no hubo abogados. Sin embargo, aunque Dios puede hacer milagros, esa ley la han aprobado ya y difícilmente va a ser vetada por el ejecutivo.
Yo estoy seguro de que Dios sacará algo muy bueno de esta ley. Lo sé de cierto porque si Cristo pudo resucitar del odio, nosotros podemos hacerlo también. De modo que sí podemos hacer algo que será muchísimo más efectivo que enviar cartas al congreso y manifestarnos en las calles. Esto es a lo que yo llamo una tormenta de amor y se basa en los siguientes puntos:
1. Amamos a los homosexuales por el simple hecho de que son nuestros hermanos. Algo o alguien los ha convencido de que son atraídos por personas de su mismo sexo y lo consiguieron: finalmente fueron atraídas por personas de su mismo sexo.
2. Sin embargo, sabemos que Cristo nos dijo: Quien quiera alcanzar el reino, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Caray, pues todos tenemos tentaciones: Unos quieren ser mujeriegos y claro que se sienten atraídos por cada mujer que conocen, pero si se casan, se niegan a sí mismos para amar a su mujer y aunque sientan el más candente de los deseos por irse a la cama con otra, pueden apagar su instinto animal buscando la fidelidad con su pareja. De modo que la homosexualidad es una elección porque de otra forma, estaríamos sugiriendo que el sexo domina la mente, lo que nos haría animales y no los somos, somos seres humanos y podemos elegir nuestro comportamiento: heterosexuales y homosexuales por igual.
3. Y como sabemos que es homosexual quien decide tener relaciones homosexuales, entonces podemos ayudar a cada uno de ellos a que encuentren el verdadero amor en Cristo ya sea a través de una pareja de a de veras o a través de la castidad.
4. Pues yo les propongo, primero que oremos por todos aquellos que el diablo tienta con deseos homosexuales. Dios mío, ayúdales a encontrar la felicidad en Ti y en Tu Hijo.
5. Y les propongo algo adicional: Escribamos una carta de amor, una carta que dirija un niño a sus padres y encarguémonos de distribuirla en todos los centros de adopción y con todas las comunidades homosexuales. Inundemos la mente de aquellos que quieren, por egoísmo, adoptar a un bebé pensando en sus propios deseos y no en el bienestar de un niño. Esta carta tendrá que transmitir la amorosa necesidad que tiene un niño de contar con un papá hombre y una mamá mujer. Estoy seguro que, con la ayuda de Dios, cada pareja de homosexuales en la tierra se dará cuenta por sí misma de que por definición no son los padres ideales de un niño.