Un día,
después de transitar por el letargo de la infancia, desperté.
Desperté en el fondo de otro amargo sueño.
Un día,
después de viajar millones de leguas a bordo de una nube, me perdí.
Perdido siempre en la inmensidad de una realidad desconocida.
Deambulaba sin sentido por el universo. Por las calles obscuras del universo informe.
Deambulaba taciturno porque mi ángel yacía dormido sobre mi espalda.
Deambulaba amargo, deambulaba con lágrimas, deambulaba herido de muerte.
Deambulaba incompleto a través de primaveras lloriconas.
Entonces volví a despertar... Decidí que era buena idea, comenzar a cazar flores.
Ya había yo, logrado cazar algunos dragones. Ese deambular por el universo,
al lado de peligros incontables, me había brindado cierta fama ya:
Conquisté dragones de mil cabezas, dragones de corazón de piedra,
dragones de fuego, dragones de agua, dragones escurridizos de mentira y estupidez.
Cientos de cabezas de dragones lucían colgados en la pared de mi egoísmo.
Cazador de dragones que huye de las flores.
Cazador de dragones que con espada pretende cazar flores.
Idiota Cazador de flores que teme terriblemente los pétalos de colores.
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