Tengo una amiga que una vez se fue un año de retiro. Fue un año para servir, para encontrarse con Dios.
Ella siempre había sido una chica ejemplar. Incluso su papá me contó que en su casa le decían "La Santita". Siempre era muy servicial y amable con todo el mundo. Todo mundo le agradecía.
Cuando se fue de retiro, la primera noche, la encargada de la casa le pidió que pusiera la mesa. Sin renegar y con gusto, mi amiga puso la mesa para la cena en donde se sentarían todos lo que vivían en aquélla casa de retiro.
Una vez que puso la mesa, la encargada le dio una enseñanza maravillosa. Se le acercó, la tomó de los hombros, le besó los ojos y le dijo.
Linda, quiero que por favor levantes todos los platos y los cubiertos y vuelvas a poner la mesa.
Por supuesto, a mi amiga le extrañó mucho. La mesa estaba bien puesta. Ella sabía poner mesas. A pesar de ser una chica increíble y humilde, se extrañó mucho de lo que le decía su superiora y preguntó ¿por qué?
La superiora le dijo: Corazón. Eres una persona maravillosa. Sólo necesito que lo hagas con amor.
La primera vez que yo escuché la historia, me pareció una exageración. Pensé que en ese lugar de retiro eran un poco extraños. Finalmente, yo he pasado muchos años trabajando para el mundo corporativo y no me interesa mucho saber, si lo que le pido a mis empleados es hecho con amor. Simplemente me preocupa que lo hagan rápido y bien.
Sin embargo, últimamente me he dado cuenta de la importancia de hacer las cosas con amor. Generalmente, cuando hago algún favor o cuando presto algún servicio, no lo hago con amor. A veces estoy cansado o agobiado o triste o enojado y doy el servicio sólo porque lo tengo que hacer. A veces estoy feliz y contento y entonces sólo doy el servicio para lucirme, para que las personas me admiren. Ni por mi mente ni por mi alma pasa nunca la palabra AMOR.
Lamentablemente, aunque sé que Dios y algunas personas a mi alrededor toman en cuenta lo que hago (aunque lo haga con mala gana), cuando no hago las cosas con amor, mi actitud, muchas veces, es motivo de fricción, de enojo y de discordia. Entonces ocasiono un efecto que me molesta mucho: Todo lo bueno que hago, a pesar de haber sido duro o difícil; a pesar de haber estado bien hecho; a pesar de haberme tomado mucho tiempo y de haber ayudado a alguien, provoca que la gente se aleje de mí. Provoca que la gente desconfíe de mí. Noto que no tengo amigos, que la gente me tiene miedo y que estoy, en esencia, solo.
Por culpa de esa actitud, me han despedido de varios trabajos, mis amigos no me invitan a sus reuniones ni a sus bodas, no tengo novia y cada día que pasa, la coraza de mi alma se hace cada vez más gruesa, más dura, más infranqueable... Impenetrable.
He llegado a pensar incluso que, sin amor, sería preferible no hacer ningún favor, ni prestar ningún servicio. Es preferible decir que no puedes, que no tienes tiempo o buscar a alguien para que te ayude a realizar eso que te está costando trabajo. ¿Por qué? Porque cuando hay algo que no puedes hacer, generalmente no hay jueces. La gente entiende que no podías y punto. Se entiende que no tenías tiempo o que estabas cansado o que no estabas disponible... O simplemente que no quisiste hacerlo y eso se disculpa. Sin embargo, cuando haces algo a disgusto, con ira o con enojo, en verdad quedas en deuda con las personas.
No basta hacer las cosas, no basta hacerlas bien. Como diría San Pablo: Si no tengo amor, nada soy.
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