Hubo una vez, en un mundo lejano, una habilidosa costurera que confeccionaba los vestidos de la reina. Cada noche, el rey ofrecía una fiesta a cientos de invitados, muchos de ellos provenientes de acaudalados reinos lejanos. La vanidosa reina siempre deseaba estrenar los vestidos más deslumbrantes para impactar con su belleza a sus invitados.
Como el trabajo era mucho, la costurera no salía de su taller dentro del castillo. Confeccionar diariamente un sofisticado vestido era una tarea difícil y no tenía tiempo para nada más. Después de 40 años de trabajar sin cesar, un día se sintió cansada. Habló con la reina y le dijo que necesitaba ayuda, que sus manos ya eran tiesas y que difícilmente podría seguir el ritmo de trabajo que había llevado durante los últimos 40 años.
La reina la miró con compasión y le dijo que era su deseo que ella siguiera a cargo de la confección de sus vestidos y que para ayudarla convocaría a las mejores costureras del reino y escogería a las dos más jóvenes y habilidosas para que estuvieran a su cargo. A partir de entonces ya no sería la solitaria costurera de la reina sino la maestra de costura del Reino. Ella sería la mente y las jóvenes serían sus ojos y sus manos.
Un día, trabajando con las nuevas costureras y un poco más descansada, la nueva maestra vio como una de las costureras tenía problemas para cortar una tela con las viejas tijeras de la maestra. Harta y desesperada, arrojó las tijeras a una cesta de desperdicios, convencida que esas tijeras no servían y que necesitaba unas nuevas. Pensó en hablar con la reina para pedir un par de tijeras nuevas.
-¿Por qué arrojaste las tijeras a los desperdicios?
-Es que estas tijeras ya no sirven.
La maestra se quedó pensando y le preguntó.
-¿Recuerdas el día que la reina nos pidió un vestido de seda verde y oro?
-Sí, lo recuerdo.
-Ese día echaste a perder 2 metros de la seda China más fina. Habría sido fácil para mí decirle a la reina que no servías, que no tenías las habilidades, ni los conocimientos suficientes para hacer este trabajo. Pero decidí ayudarte. Porque sé que tú no eres descuidada. Tal vez esa vez fuiste descuidada pero eso no te hace descuidada. Tal vez esa vez fuiste torpe, pero eso no te hace torpe. Esa vez ignorabas como tratar un lienzo de fina seda pero eso no te hace ignorante.
-Pues bien -continuó la maestra -estas tijeras no son inservibles. Simplemente, han dejado de cortar porque están oxidadas, porque les falta filo y porque tendremos que cambiar el remache para que dejen de ser tan duras. Pero eso no las hace unas tijeras inservibles.
-Aprende -concluyó la sabia maestra -a diferenciar la esencia de las cosas, de sus cualidades mejorables. No es que esas tijeras no sirvan, sólo hay que mejorarlas. No es que tú seas una mala costurera, tienes que aprender... Y mejorar.
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