Friday, April 27, 2012

Ser sincero y estar sinceramente equivocado.

Dormía agitado. Cuando tienes 10 años y te dicen que en la casa donde duermes hay un fantasma, con toda seguridad dormirás agitado. El ambiente olía a fantasma y el insomnio no paraba. No paraba. Yo quería cerrar los ojos pero no había sueño, no había pesadez, no había cansancio. La casa era particularmente obscura y yo estaba particularmente asustado.

Entre los nervios, necesitaba ir al baño. El baño quedaba demasiado lejos y la casa era demasiado obscura. Pero después de sostener las ganas por más de una hora, y al ver que no amanecía, no me quedó más remedio que sobreponerme a mis miedos, descubrirme e ir con cuidado hasta el lugar donde me desharía del miedo.

Me levanté y estaba ahí. Ahí estaba el fantasma. No hablaba pero se movía. Agité la mano para decirle hola y me respondió el saludo. Parecía un niño como yo y me habría encantado que fuéramos amigos.

Regresé a mi cama y dormí.

Al otro día conté mi experiencia. Los adultos no me hicieron caso. Nadie creía que en verdad hubiera un fantasma en esa casa. Pero yo lo había visto y lo platicaba a todas las persona con que me topaba. Por fin, alguien vio que mis palabras eran sinceras. Que no era el invento de un niño. De ese niño que estaba seguro de decir la verdad.

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Han pasado más de 20 años de aquella experiencia. Quien siempre creyó en mis palabras fue mi abuela que ahora ya no está. Ella me dijo que tal vez no era un fantasma, sino que a veces se presentan almas que quieren decirnos algo o que tal vez era un ángel que Dios me había enviado para anunciarse.

Ayer, después de muchos años de no pisar esa casa, volví a ella. Dormí en aquélla cama donde se había presentado mi fantasma. La casa sigue idéntica. Ayer tampoco podía dormir y también tuve que ir al baño a media noche. Observé la pared y en efecto, AHÍ ESTABA EL FANTASMA!

Agité mi mano para saludarlo y me devolvió el saludo. Extrañamente lo hacía al mismo tiempo que yo lo hacía. Volví a agitarla: depacio, rápido. Observé durante algunos instantes. Y cuál fue mi sorpresa que al voltear y ver una tenue fuente de luz, casi imperceptible, me di cuenta de que ese que yo creí fantasma, era mi propia sombra que se reflejaba débilemtne ante las pequeñas luces de aquel despertador.

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Era un niño. Y no, no mentí. No le mentí a nadie y mi abuela sabía que yo era sincero y por eso me creyó. Sin embargo, la sinceridad no basta para conocer la verdad. Claro, es bueno ser sincero pero no pesemos la sinceridad en la balanza de lo verdadero. Cada una, sinceridad y verdad tienen su propia balanza.

Hoy día hay muchas voces: Voces religiosas, voces científicas , voces políticas, voces empresariales, voces laborales. Y entre tanto ruido fácilmente podemos aceptar como normas de verdad hechos y situaciones que las personas piensan ciertos y que los divulgan sinceramente. Pero, así como me pasó cuando yo era niño, es posible estar SINCERAMENTE EQUIVOCADO.

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